Jueces Históricos

Tomás Casares

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Hijo de Carlos Mónico Casares Chucarro y de María Luisa Sienra Unzaga (quien falleció de difteria cuando él tenía un mes de vida), Tomás Darío Casares, ministro de la Corte entre  1944 y 1955, nació en Buenos Aires el 25 de octubre de 1895.

Casares creció en el seno de una familia con fuerte apego a la tradición católica y, tras estudiar en un colegio religioso, obtuvo el título de doctor en Jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires en 1918, con una tesis sobre religión y Estado.

En sus años de estudiante, dirigió la sección universitaria del Ateneo Hispanoamericano  (luego Museo Social Argentino). Fue cofundador de la Fundación Ateneo de la Juventud, la Revista Criterio y el Instituto para la Integración del Saber, entre otras entidades y publicaciones.

Dueño de una amplia erudición, “La Justicia y el Derecho” (1938) es considerada su obra más emblemática. Casares hilvanó una trayectoria académica que incluyó el ejercicio de la docencia en materias de la Universidad de Buenos Aires (de cuya facultad de Derecho llegó a ser vicedecano), el Colegio Nacional de Buenos Aires, el Instituto Libre de Segunda Enseñanza y la Universidad de La Plata (ocupó el decanato de su Facultad de Humanidades). Prolífico autor, escribió numerosos libros y artículos en los que abordó con lucidez y rigor los campos del derecho, la filosofía y la ética. También promovió la creación de los Cursos de Cultura Católica (precursores de la actual Universidad Católica Argentina) e impulsó iniciativas sociales y de formación juvenil doctrinaria en múltiples ámbitos.

Referente del nacionalismo católico en la Argentina, volcó su pensamiento político en el períodico “La Nueva República”, del cual fue impulsor. Su desarrollo en la función pública, con excepción de un breve lapso como ministro de Gobierno en la intervención nacional a la provincia de Corrientes, transcurrió por completo en el terreno de la Justicia.

Comenzó como juez de Paz en Salta durante la intervención de 1918. De regreso a la Capital, fue asesor del fuero de menores y juez civil en las décadas del ‘20 y del ‘30. En 1939 lo designaron vocal de la Cámara Nacional en lo Civil. En 1944, en tanto, llegaría a la Corte Suprema de Justicia –donde permanecería hasta 1955–, nominado por el presidente Edelmiro Farrell para ocupar la vacante que había dejado Luis Linares tras su jubilación.

Durante su paso por el Máximo Tribunal (que presidiría entre 1947 y 1949), exhibió firmeza para defender su visión social del derecho en desmedro del llamado antropocentrismo jurídico. Se caracterizó por la argumentación de sus disidencias y votos particulares, donde
dejó asentada una fundamentación iusfilosófica en la que prevalece el respeto por los derechos naturales del hombre, la supremacía del orden social por sobre los bienes  individuales y el bien común como finalidad de todo el orden jurídico. En este sentido son destacables sus disidencias en los casos San Miguel –Fallos 216:606 –, antecedente de Siri y Kot, sobre el amparo vía habeas corpus de todos los derechos constitucionales y no solo el de la libertad ambulatoria, y Merck Quimica Argentina –Fallos 211:162– en lo que hace al lugar de los tratados internacionales en el orden legal interno y las facultades del Poder Ejecutivo en tiempos de guerra.

En su concepción ideológica, la función del juez implicaba no solo “hacer justicia”, sino
también evitar, en la medida de lo posible, las injusticias que se advertían en el seno de la comunidad.

Tras su salida de la Corte, se alejaría definitivamente de la magistratura, salvo por una participación puntual como conjuez en 1974 para decidir en un fallo sobre sentencia arbitraria. 

Casado con María Martha Giménez Zapiola, con quien tuvo nueve hijos e hijas, murió en Buenos Aires el 28 de diciembre de 1976.